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El barco maldito: 41 años después de ser rescatado casi intacto del fondo del puerto de Estocolmo, el ‘Vasa’ afronta su segunda destrucción

Por

Fernando Ayala Ugarte
Capitán de la Marina Mercante

41 años después de ser rescatado casi intacto del fondo del puerto de Estocolmo, el ‘Vasa’ afronta su segunda destrucción por culpa del azufre. Precisamente esta sustancia es la que le había mantenido intacto durante tres siglos y medio.

Estocolmo 10 de agosto de 1628. Domingo. Miles de personas se arremolinan junto al astillero Skeppsgarden, en el centro de la ciudad. El ‘Vasa’, el buque más grande armado por la Marina real sueca, con 64 cañones y tres palos de más de 50 metros de altura, está listo para su primera singladura. Espera, amarrado junto al Palacio Real, el momento mágico en que el primer soplo de viento hinche sus velas. Mil robles sabiamente cortados y trabajados han sido empleados en su armazón y en sus forros, decenas de herreros, serradores, veleros, carpinteros, gaveteros y tallistas han trabajado durante tres años para poner a punto el buque destinado a garantizar la hegemonía marítima de Suecia en el Báltico. El viento sopla del Sudoeste, flojo. Durante los primeros cien metros, el ‘Vasa’ tiene que ser arrastrado con ayuda de anclas. Poco después, el capitán, Söfring Hansson, grita las primeras órdenes:

-«¡¡¡Largar trinquete, velacho, gavia y cangreja!!!»

Los gavieros trepan a los mástiles y largan cuatro de las diez velas del buque. Los cañones disparan una salva de saludo. Pero enseguida, el barco comienza a escorar a sotavento. Se endereza de golpe para volver a inclinarse. El lastre de piedras encajado en la sentina es incapaz de adrizar la nave. El agua empieza a penetrar a borbotones por las troneras del puente inferior. En pocos minutos, el orgullo de la Corona sueca se va a pique con sus leones y sus figurillas talladas. Cincuenta marinos se ahogan entre el estupor general.

Los desagües

La investigación abierta estableció que el buque había sido mal construido. Era domingo y la mayoría de los marineros y oficiales habían ido a misa y comulgado. No estaban borrachos, se lee en el informe que dio carpetazo a una de las páginas más oscuras de la historia naval sueca. El maestro que dibujó los planos había fallecido un año antes de la primera y única singladura del ‘Vasa’. Nadie pudo pedirle cuentas.

Entre 1664 y 1683, la mayoría de los cañones del navío fueron rescatados con el empleo de campanas de buzo. Después, el buque cayó en el olvido. Pero bajo las aguas salobres del puerto de Estocolmo, en el lugar donde desaguan todas las alcantarillas y albañales de la ciudad, se estaba produciendo un milagro. Oculto a 32 metros, un ejército de bacterias colonizaba las maderas del barco, bacterias que obtienen su oxígeno de los sulfatos disueltos en el agua y que llenan la madera de sulfuro de hidrógeno. En el frío Báltico tampoco habita el temible teredo (llamado también broma), un molusco que devora la madera.

En 1953, Anders Franzén comienza a investigar en los archivos la posible ubicación del pecio. Rastrilla las aguas de los muelles con dragas y sondas. Un buen día, la suerte le sonríe y uno de sus cabos atrapa un trozo de roble. En septiembre de 1956 se inician las inmersiones de rescate. El estado de conservación del buque es excepcional. El 24 de abril de 1961, tras pasar 333 años en el fondo del agua, las formas del ‘Vasa’ vuelven a la superficie. El estado de conservación es tan excepcional que, esta vez, el buque flota sin ayuda. La ciudad construye un museo provisional, el Wasavarvet, y el buque de línea empieza a ser restaurado. Los técnicos reemplazan, en un trabajo de hormigas, el agua que empapa los maderos por un polímero (polietileno glicol) antes de secar la madera.

< Su segunda muerte

Pero una maldición parece perseguir al ‘Vasa’. Después de que más 25 millones de personas hayan admirado la vajilla de estaño de la oficialidad y las toscas cucharas de madera de los marineros, las tinas para mantequilla, los barriles con las balas para mosquete, sus 4.000 monedas de cobre, las tallas con los guerreros de Gedeón, las seductoras nereidas, las armaduras y piquetes o el impresionante escudo real con sus dos leones rampantes, los científicos caen en la cuenta que el ‘Vasa’ está emponzoñado por el azufre.

En efecto, en julio del año 2000, los conservadores del Museo observaron, estupefactos, la presencia de amarillos cristales de azufre en la superficie del navío. Un azufre, informó la revista ‘Nature’, que las mismas bacterias que salvaron el buque incrustaron en lo más profundo del roble. Según un estudio, el ‘Vasa’ contendría, al menos ¡¡¡cinco toneladas de ácido sulfúrico!!!

La amenaza es doble, avisan: Por un lado, el riesgo químico de que el ácido destruya la celulosa de la madera. Por otro, la amenaza física ya que, al cristalizar, el azufre se dilata y rompe los materiales. Además, los 8.500 remaches de hierro que fueron colocados en el barco para sostener su estructura, se enroñan y alimentan constantemente con oxígeno la reacción que convierte el azufre en ácido sulfúrico. Además, el hierro actúa como catalizador para la degradación de la celulosa.

Para los químicos es impensable neutralizar cinco toneladas de ácido y salvar así al ‘Vasa’ de una nueva y definitiva destrucción. No obstante, los conservadores estudian un plan de urgencia para volver inerte el hierro de la clavazón.

En estos días, el caso del barco de línea sueco alimenta también los argumentos de una bandada de nostálgicos, personajes que sostienen que los pecios deben permanecer sumergidos para siempre. Como mucho, sostiene este puñado de idealistas, sus entresijos podrían estudiarlos arqueólogos marinos que recrearían sus hallazgos con técnicas de realidad virtual. Y preservar así bajo el agua los secretos y misterios que encierran los hombres y sus barcos.