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Urdaneta fue un navegante de la talla de Colón, Magallanes...

Para unos, muchos, Urdaneta es un perfecto desconocido. Para otros, sólo es uno de los innumerables vascos más o menos famosos de la aventura americana, y a lo sumo lo identifican como misionero, pues como tal lo representa el monumento erigido en su pueblo natal, Ordizia. Los menos saben que fue el factótum del «tornaviaje», la ruta de regreso de Filipinas a América a través del Pacífico. Pero incluso esos menos desconocen el perfil inédito y apasionante que tanto del marino vasco como de su hazaña nos ofrece José Ramón de Miguel en «Urdaneta en su tiempo».

José Ramón de Miguel, capitán de la Marina Mercante, se comprometió con la Sección de Historia y Modelismo de la Sociedad de Oceanografía de Gipuzkoa, que celebra sus bodas de plata, a estudiar a Andrés de Urdaneta desde el punto de vista náutico, «o sea, como marino que fue capaz de hacer realidad el tornaviaje, el regreso de Filipinas a América a través del Pacífico». Ruta que permitió establecer el Galeón de Manila, en vigor durante 250 años, y que sólo perdió importancia estratégica con la llegada de la navegación a vapor. «Me di cuenta ­señala­ de que el trabajo exigía profundizar en la figura de Urdaneta y enmarcar su hazaña en su contexto histórico». En ese proceso, pronto saltaron las sorpresas...

«Urdaneta no tiene nada que ver con los conquistadores, digamos, clásicos, hidalgos segundones que se lanzan a la aventura para conseguir fama y fortuna a punta de espada, sino que es hijo de la alta burguesía comercial e industrial guipuzcoana del siglo XVI. Como tal, demuestra ser poseedor de una mentalidad y una formación absolutamente modernas», afirma de Miguel.

La expedición de Loaysa llegó muy maltrecha a las Molucas, habiendo perdido a sus principales jefes, incluido Elcano. Las islas están claramente en la parte del planeta que el Tratado de Tordesillas asigna a Portugal, pero el negocio de las especias es tan apetitoso que Castilla no se resigna a renunciar a él sin lucha. El problema es que, una vez de haber llegado a las Molucas, no hay forma de regresar a través del Pacífico. Todos los intentos han sido infructuosos. Hay que regresar por Buena Esperanza, como hizo Elcano en su vuelta al mundo, huyendo permanentemente de los portugueses, y eso son palabras mayores. Así es que los supervivientes de la expedición de Loaysa, incluido Urdaneta, quedan de alguna manera atrapados en aquellas islas.

«Urdaneta estuvo allí ocho años, defendiendo los intereses de Castilla y recogiendo información de todo tipo, pero sobre todo económica. Datos precisos, del tipo en tal isla la producción anual de tal producto es de tantas medidas, o en tal otra existe un comercio boyante con China, a la que Urdaneta enseguida identifica como la gran potencia de la zona. Porque, en el fondo, las Filipinas, en el futuro, no serán más que una escala en el comercio entre Asia y América-Europa, y el Galeón de Manila posibilitará establecer una vía alternativa a la Ruta de la Seda para el comercio entre Oriente y Occidente», explica de Miguel.

Pero Carlos I necesita dinero para sufragar sus guerras europeas y, a cambio de una cantidad que percibe de Portugal, renuncia a cualquier derecho que pudiera tener sobre las Molucas. Urdaneta sólo entonces se rinde y negocia con los portugueses su regreso a la Península por Buena Esperanza. «A su llegada a Lisboa, le son requisados todos los documentos que había reunido en las Molucas y sólo se libra de una muerte cierta porque huye a uña de caballo. Al fin y al cabo era un agente castellano».

No tarda en embarcarse de nuevo hacia México, con el fin de participar en otra expedición a las Molucas. Pero ésta se trunca. Durante cerca de veinticinco años permanecerá en el entonces llamado virreinato de Nueva España, pero no varado, a pesar de que se ordene agustino. «Su actividad como religioso es irrelevante. Durante esos veinticinco años realiza actividades de tipo náutico, como navegante experto, e incluso participa en una expedición a Florida. De su relevancia habla claro el hecho de que se permita aconsejar a Felipe II explorar el paso del noroeste», es decir, el equivalente en el norte de América de lo que el Estrecho de Magallanes es en el sur, un paso que comunique el Atlántico y el Pacífico. «Urdaneta ha tenido conocimiento, seguramente a través de los marinos vascos que van a Terranova, de que alguna expedición francesa busca ese paso, y aconseja su exploración.

En Europa continúan las guerras. El sucesor de Carlos I, Felipe II, sigue necesitando dinero. Durante un tiempo ha acariciado la idea de heredar la corona de Portugal, lo que le permitiría controlar esa «mina de oro» que es la Especiería. Pero sus aspiraciones se difuminan y entonces decide dar un golpe de mano. «Sabe que las Filipinas, en virtud del Tratado de Tordesillas, están dentro del área de influencia portuguesa, pero sabe también, por Urdaneta, que los portugueses sólo las visitan de vez en cuando. Si los castellanos son capaces de plantar allí sus reales, les será muy difícil echarles. Pero, claro, para eso es preciso encontrar la forma de regresar por el Pacífico, el tornaviaje. Urdaneta le garantiza que puede hacerlo. Lo prepara todo: en lugar del puerto de Navidad, propone el de Acapulco, más protegido y que, además, cuenta con bosques cercanos, imprescindibles para construir en el futuro barcos; pide buenos jornales para incentivar el asentamiento allí de artesanos; solicita que se mejoren las comunicaciones terrestres entre Acapulco y Veracruz, en el Caribe, para facilitar el trasbordo hacia Europa de las mercancías llegadas de Asia, etcétera. En fin, que Urdaneta no es un tipo que va con unos barcos a un sitio, los llena, vuelve y se hace rico, sino que está pensando en términos estratégicos, está pensando en montar una línea regular, lo que después sería conocido como Galeón de Manila».

Y todo, en secreto, porque la expedición a las Fiipinas es tan secreta que el propio Felipe II, en tono desabrido, amonesta al virrey Velasco, encargado de prepararla, por no haber sido todo lo discreto que debiera. En adelante, en todos los escritos sobre la operación se señala que ésta se dirige «a las Islas de Poniente», y hacen correr la voz de que el destino es Guinea.

Zarpan en 1564 y, como en las más clásicas novelas de espionaje, sólo cuando los barcos están en alta mar, Legazpi, responsable de la expedición, rasga el sobre lacrado que contiene las instrucciones secretas del emperador. El destino es Filipinas, «y los que no están en la pomada, o sea, la mayoría, se muestran sorprendidos». De Miguel destaca como anécdota curiosa y a la vez significativa la reacción de los agustinos que acompañan a Urdaneta, todos vascos y alguno incluso piloto. «Se sienten engañados. Al fin y al cabo, participan en una expedición que se dispone a vulnerar el Tratado de Tordesillas, de cuyo cumplimiento es garante el propio Papa».

Durante la expedición, Urdaneta demuestra un conocimiento exhaustivo del Pacífico. «En alguna ocasión dice 'llegamos mañana', y llegan efectivamente al día siguiente ­destaca de Miguel­. Mi impresión es que Urdaneta, entre otras cosas, manejaba cartografía secreta. El acceso a esa cartografía era directamente proporcional a la confianza que tenía el poder en quien iba a manejarla. Y Urdaneta gozaba de plena confianza. Por ejemplo, en la expedición participa un piloto francés, Plum, que a mí me da la impresión que sabe mucho de navegación. Da las situaciones buenas, pero luego yerra porque no tiene la carta adecuada. Por cierto que a este Plum terminó ahorcándolo tras un motín Martín Goiti, otro goierritarra, jefe militar de la expedición».

A las Filipinas llegan sin grandes novedades. Prácticamente mientras Legazpi se dedica a consolidar la posición, Urdaneta inicia el tornaviaje. En la época del año adecuada y con el tiempo adecuado, se dirige hacia el norte en busca de la corriente favorable, para descender luego hacia el sur y llegar sin novedad a Acapulco.