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Demasiado ruido en el mar

Los cetáceos llevan millones de años sobreviviendo bajo el mar gracias a las señales acústicas que emiten. Éstas rebotan en los objetos de su radio de acción, ya sean barcos, peces o cualquier otra cosa, y regresan para que el animal las interprete. Descifrándolas, estos mamíferos marinos tan particulares son capaces de comunicarse, orientarse, detectar a sus presas o saber si están en peligro. El problema viene cuando la actividad humana genera tal contaminación acústica en el agua que satura la capacidad auditiva de los cetáceos. Al estudio de este problema se va a dedicar el primer laboratorio europeo de aplicaciones bioacústicas, que ya ha empezado a funcionar en Vilanova i la Geltrú (Garraf).

El laboratorio estará integrado en la escuela de la Universidad Politécnica. El biólogo e ingeniero francés Michel André, que se acaba de incorporar al centro universitario como profesor, es el cerebro de este nuevo instrumento científico. A las ayudas del Ministerio de Ciencia y Tecnología y el Ayuntamiento hay que sumar "la buena predisposición del ámbito científico catalán", señala el director de la escuela, Andreu Català. El Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas (LAB), en el que trabajarán 10 científicos, espera estar operativo a final de año.

Michel André lleva años estudiando la bioacústica. En 2000 se presentó en Canarias el sistema Wacs (Whal Anticolisión System) para evitar que los cetáceos choquen con los barcos. El Wacs se ha probado experimentalmente y en Vilanova se acabará de perfilar, antes de ser comercializado. Estas colisiones se producen porque los animales están ya tan acostumbrados al ruido que ya no descubren a los buques.

Pero la actividad del laboratorio irá más lejos. "El ruido se va a convertir en el principal problema de los océanos", advierte André, quien prevé importantes desequilibrios del ecosistema marino si no se reacciona a tiempo. El laboratorio analizará los ruidos que oyen los cetáceos, en su mayoría procedentes del transporte marítimo, maniobras militares o exploraciones de gas o petróleo, que según André "están alterando su actividad" llevándolos a la muerte.

En el litoral canario, por ejemplo, se calcula que viven unos 300 cachalotes y cada año mueren entre 6 y 10 ejemplares por culpa de la contaminación acústica. André, que ha sido profesor universitario en Canarias, advierte que no es una cifra insignificante porque los cetáceos viven en grupos de 12 a 15 individuos y vivir en comunidad es imprescindible para optimizar su campo auditivo. Si fallecen varios individuos, el grupo se ve obligado a buscar nuevos mares, y cuando esto sucede, el ecosistema se desequilibra.

Los estudios del LAB deben concretar el umbral por encima del cual los ruidos que genera la actividad humana son perjudiciales para los cetáceos e identificar las patologías que puedan derivarse. Estos datos deberían servir para que las administraciones legislaran para rebajar la contaminación acústica, del mismo modo que se regulan las emisiones de las antenas de telefonía o los microondas.