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Bretaña aún sufre el efecto «Erika»

Bretaña aún sufre el efecto «Erika»
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El próximo 12 de diciembre se cumplirán tres años de la catástrofe del Erika , el buque fletado por la petrolera francesa Total Fina Elf que, tras partirse en dos y hundirse, lanzó una marea negra de 10.000 toneladas de fuel contra las agrestes costas de Bretaña y el País del Loira.

Han pasado tres años y, sin embargo, no han logrado desterrar de la memoria colectiva aquellas desoladoras imágenes de playas cubiertas de chapapote, de voluntarios que trataban de salvar contra reloj la vida de millares de aves petroleadas y de los ostricultores que recibieron un latigazo en plena campaña navideña. Una trágica experiencia que, de algún modo, se revive ahora con el consumo casi compulsivo de las informaciones relacionadas con el naufragio del Prestige .

De repente fue como si Bretaña se despertase en medio de una pesadilla, y tendrán que pasar varios años antes de que nos recuperemos del todo», señala Olivier Robin, un comerciante de Vannes, que, con el gesto encogido, agrega: «Lo que pasa en Galicia es horrible, una vergüenza. Nuestro corazón está con ustedes, porque sabemos lo mal que se pasa».

La ciudad de Vannes podría ser perfectamente la Vilagarcía de Arousa bretona. El tamaño de ambas localidades es similar, la primera también pasa por ser la capital del golfo de Morbihan, topónimo que en bretón quiere decir pequeño mar, y que en realidad es una especie de ría en la que sus ribereños viven, fundamentalmente, de la pesca, del cultivo de ostras y del turismo. ¿Les suena eso a algo?
Aunque Vannes no fue la zona más directamente tocada por el drama del Erika , los efectos de la marea negra también se hicieron sentir mucho aquí. Moisés Ponce de León, profesor de Geología en la Universidad de Rennes y a la vez director del Centro de Estudios Galegos, sostiene que la segunda fuente de riqueza del golfo de Morbihan es el turismo. «Y se fueron sobreponiendo poco a poco a la catástrofe -comenta- gracias a una campaña de publicidad muy fuerte en las principales televisiones», que sólo ahora, después de tres años, está permitiendo que los franceses empiecen a apreciar diferencias entre la calidad turística de la zona y la viscosa basura vertida por aquel petrolero de bandera maltesa.

A unos 50 kilómetros al este de Vannes está Le Croisic, villa históricamente bretona, pero que la división administrativa del Estado francés sitúa en la región del País del Loira. Cuando uno pregunta en una gasolinera, al taxista o al gendarme por el lugar más afectado por las iras del Erika , hay dos nombres que se repiten con frecuencia: Batz-sur-mer y Le Croisic.

«¿Cómo vamos a olvidar?»

El segundo es un pueblo de unos 5.000 habitantes en invierno y de hasta seis veces más en verano, en cuyo puerto se pueden ver cuatro yates por cada barco pesquero. Esta localidad fue, en 1999, la línea de frente de la lucha contra lo que los franceses llaman mazout (fuel). Joël Bessier, de 38 años, uno de los pocos pescadores que trabaja en la dársena preparando sus nasas, suelta muy enfadado: «¿Cómo vamos a olvidar lo que ocurrió? Aquí nadie ha cobrado un céntimo, las autoridades se han mofado de nosotros. Estuvimos varios meses sin poder vender nuestro pescado o regalándolo a mitad de precio y, lo que es peor, todo esto no ha servido para evitar el hundimiento del Prestige , que le tocó a los gallegos como pudo tocarnos a nosotros».

Bretones y gallegos, hermanados por la cultura céltica, por el cariño a la vaca y al porquiño , por las leyendas marineras, pero también por los naufragios. Jacques Mangold, director del Sindicato de Protección del Litoral de Bretaña, manifestó en una entrevista concedida al diario Le Télégramme, de Brest, que «es simple crear una cartografía de los naufragios de petroleros para ver que hay dos regiones tocadas: Bretaña y Galicia». Así es, ni más ni menos. Y como dice este sindicalista, «las mismas causan producen los mismos efectos».

¿Los mismos? «¡Qué va!», ataja de forma radical un operario de la Capitanía Marítima de Le Croisic, que prefiere no facilitar su nombre: «Los gallegos podéis sufrir una catástrofe muchísimo peor, la carga de ese barco (el Prestige ) era más del doble de la que llevaba el Erika »

El sector pesquero y ostrícola francés quedó fulminado

Los datos.

Fecha del siniestro del «Erika» 12 de diciembre de 1999.
Cantidad de fuel derramada Un total de diez mil toneladas
Principales zonas afectadas Las costas de Bretaña y el País del Loira.

Los pescadores y los productores de ostras fueron, de lejos, los más afectados por el siniestro del Erika . Aunque la marea negra sólo tocó físicamente a algunos de ellos, los efectos sí se extendieron al conjunto del sector, que perdió en torno a un 30% de su volumen de negocio debido a las operaciones de compra que han sido canceladas en las semanas inmediatas de ocurrir la tragedia.

En declaraciones a un diario local, Jean-Claude David, un ostricultor de la zona de Vendée, recuerda que, en su caso, la marea negra sólo se notó en las cuentas de la empresa. «Frente a los 38.000 euros que negociaba un día navideño de cualquier año, no he hecho más que 15.000 tras lo del Erika . Es evidente que el consumidor desconfía».

Otro tanto de lo mismo ocurre con los armadores. Según Jean-Pierre Salaün, presidente de la asociación de Concarneau, las pérdidas de los meses inmediatos a la catástrofe oscilaron entre los 9.200 y los 36.000 euros, según las empresas.

Las salinas de Guérande

Y en Bretaña, los que no cifraron las pérdidas sí hablaron de cantidades que se han dejado de ganar. Ha ocurrido con el sector turístico y con otro tipo de actividades, como las salinas de Guérande, una cooperativa que agrupa a 192 productores y que perdió toda su producción prevista para el año 2000.

«Preparaos en Galicia, porque aquí todavía se notan las consecuencias»

En Le Croisic, en la provincia del Loira Atlántico, hay un hombre omnipresente hacia el que se dirigen los pasos. Es Gerard Lemerle, presidente del consorcio municipal de turismo, representante activo del ayuntamiento y que, a la vez, es dueño de una empresa de efectos navales. Nada más saberse solicitado por un periodista gallego, cruza la puerta de su despacho con gesto de sorpresa y extiende la mano para dar el pésame: «Siento mucho lo que está ocurriendo, es desolador, os deseo mucha suerte».

Con más tranquilidad, monsieur Lemerle -como le llaman sus empleados- muestra un amplio mapa de la costa bretona que hay colgado en su despacho, para indicar la trayectoria que siguió la marea negra del Erika . La península de Le Croisic, su pueblo, fue efectivamente la más expuesta. «Nosotros hemos sufrido mucho con todo aquello -esgrime-, y seguimos sufriendo, así que preparaos en Galicia porque las consecuencias se siguen notando después de varios años».

El turismo

¿Pero se notan en qué? Según Lemerle, la temporada turística del año 2000, la posterior al naufragio, «se perdió completamente, y sólo en el 2001 logramos recuperarnos un poco». Su empresa, que vende desde barcos de recreo hasta aparejos de pesca, perdió el 20% de su volumen de negocio. Y asegura que no fue la más tocada. «Los pescadores y los ostricultores perdieron mucho más -dice-, pero a todos, desde el restaurante hasta la gran industria, nos ha tocado algo».

Gerard Lemerle también estaba al corriente de la posibilidad de interponer una demanda ante el Fipol. «Los expertos lo evaluaron todo, pero al final sólo me daban el 20% de lo que reclamaba, y lo peor de todo es que ni yo ni los otros hemos visto un céntimo».

Al lado de Le Croisic está Batz-sur-mer, otro pueblo castigado por el Erika . A la agreste playa de Saint-Michel acuden en invierno ancianos de la zona y algún que otro turista informado para ver olas que se levantan diez metros al romper contra las rocas. «Cuesta imaginarse tanta belleza cubierta de mierda ¿eh?», inquiere François, de unos setenta años.

Paris hizo frente a la crisis con decisión

Evidentemente, no es el caso. Pero es la imagen que tienen muchos franceses, que creen que este siniestro ha sorprendido en pañales a la Administración española. «Parece que no hay una organización como la que se ha visto aquí, al menos esa es la impresión que dan los informativos», confirma Moisés Ponce de León, profesor universitario en Rennes, la capital de Bretaña.

Cuando se hundió el Erika , el primer ministro francés, Lionel Jospin, tardó quince días en visitar la zona del desastre, una demora que entonces fue muy criticada. Su homólogo español, José María Aznar, aún no lo ha hecho. Ahora bien, cuando Jospin llegó a las costas del sur de Bretaña, la maquinaria del Estado francés estaba perfectamente implicada para resolver la crisis.

Debate político

Aun admitiendo que la imagen de Galicia que estos días se ofrece en Francia pueda pecar de una cierta prepotencia gabacha, lo cierto es que la marea negra provocada por el Erika generó en el país vecino un debate político tan amplio que hoy sigue muy vivo.

Los Verdes franceses llamaron al boicot contra la gasolineras Total Fina Elf, el fletador del buque, y un tribunal llegó a procesar a tres militares de la Prefectura de Brest por no tomar medidas para impedir el siniestro. Además, el tándem formado por Jospin y el presidente Chirac supo aprovechar la presidencia de Francia en la Unión Europea, en el segundo semestre del 2000, para impulsar a nivel internacional unas normas más estrictas para el tráfico de petroleros. Así nació el propósito de prohibir los buques monocasco a partir del 2005, el reforzamiento de las inspecciones, desde el 2003, e incluso la petición para que el Fipol triplique las indemnizaciones para desastres como los del Erika .

La tragedia bretona representó tal latigazo para el país que se puso en marcha toda una metodología para resolver lo más rápidamente posible este tipo de crisis. El instituto Ifremer, de investigaciones marinas, el Cedre de Brest, que estudia la contaminación de las aguas, unido a Météo France y a las nuevas dotaciones de las Fuerzas Armadas son las piezas angulares de esta metodología que ahora, en buena parte, está puesta al servicio de España.

¿Cuánto cuesta una marea negra? La experiencia del Mar Egeo parece demostrar que hay que esperar años para conocer la cifra exacta, que al final es muy inferior a la estimada en un primer momento.

Eso es lo que ha ocurrido también con el Erika , donde el Fipol, el fondo internacional de compensaciones de daños por hidrocarburos, no ha soltado un duro todavía y, para colmo, rebajó en un 65% la tasación hecha por la Administración francesa, cifrada hace un año en 457 millones de euros, lo que representaba más del doble de la cantidad máxima de que disponía el Fipol, 182 millones.

Aunque Francia acusó de cicatero al Fipol y lanzó una cruzada internacional para aumentar el techo del fondo, y pese a que Alain Malardé, líder del sindicato Confederación Marítima, llamó a los afectados a la guerrilla destrozando él mismo una oficina del Fipol en Lorient, el cheque esperado no ha aumentado.

El próximo 12 de diciembre, tres años después de ocurrida la tragedia, expirará el plazo para presentar las reclamaciones. El Fipol, a fecha del pasado 2 de septiembre, había recibido 6.271 demandas, por un valor de 161,14 millones de euros. Mucho menos de lo esperado.