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De siluros y otros forasteros

Las especies introducidas por el hombre en nuestros ríos pueden convertirse en una amenaza para el resto de la fauna Llegan de la mano del hombre, de forma intencionada o casual, y se adaptan a un hábitat natural que no es el suyo. Algunas se aclimatan tan bien que comienzan a expandirse de manera incontrolada hasta convertirse, en ocasiones, en una seria amenaza para la fauna propia del lugar. Compiten por el alimento, transmiten enfermedades, destruyen el medio, devoran animales y plantas autóctonos... Son las especies invasoras.

Unas veces son introducidas con fines comerciales; otras, con intención de hacer más atractivas prácticas deportivas como la pesca; en ocasiones es un particular el que decide 'liberar' a sus mascotas provenientes de países exóticos; en otros casos es la propia administración quien considera oportuno traerlas; o también pueden llegar fruto del descuido o el azar.

El problema comienza cuando desplazan a otras especies similares habituales en la zona. Su capacidad de adaptación, la competencia por recursos como el alimento o el territorio, las alteraciones que originan en los ecosistemas o el contagio de enfermedades hasta entonces no presentes en el medio son los principales peligros. Cuentan además con una ventaja: no tienen que hacer frente a los ataques de sus depredadores naturales que, normalmente, no se trasladan con ellas.

Los invasores

En los últimos días ha sido noticia la presencia de uno de estos animales, el siluro (Silurus glanis), en La Rioja. El pasado jueves fue capturado en el río Ebro, a la altura del Puente de Piedra de Logroño, el cuarto ejemplar de esta especie localizado en La Rioja. Este voraz depredador, que puede llegar a superar los 100 kilos de peso, está considerado como una amenaza para el resto de la fauna piscícola. Fue introducido en España por pescadores alemanes que lo soltaron en el Ebro. Y, al parecer, le gustó.

Pero no es el único. Otros invasores han conseguido colonizar nuestros ríos, en detrimento de la fauna autóctona. Un caso por todos conocido es el del cangrejo rojo o americano (Procambarus clarkii). Este crustáceo, introducido de forma clandestina en nuestro país en 1974, trajo consigo una enfermedad hasta entonces sólo detectada en Estados Unidos, la afanomicosis. El mal acabó en poco tiempo con la mayor parte de las poblaciones de cangrejo de río (Austropotamobius pallipes), uno de los animales más abundantes y apetitosos de nuestras aguas.

Hoy el cangrejo autóctono ha desaparecido de la mayor parte de los cauces nacionales, y está catalogado como especie en peligro de extinción. En la actualidad se está desarrollando un programa de recuperación para tratar de frenar su declive. Entre las recomendaciones que recoge este plan figuran la de desinfectar bien botas, aparejos y cualquier otro material de pesca que pueda haber estado en contacto con aguas contaminadas por la enfermedad y, por supuesto, no trasladar cangrejos americanos de un río a otro.

Especies introducidas

Otro pez considerado por muchos como invasor es el lucio (Exos lucius), al que denominan 'el tiburón de aguas dulces'. Se trata de un depredador formidable, cazador al acecho, que tiende emboscadas a sus presas escondido entre la vegetación del fondo. Es capaz de tragar grandes piezas, gracias a su ancha boca, y se alimenta tanto de invertebrados, peces y anfibios como de pequeños mamíferos acuáticos e incluso aves. En el Ebro apareció hace unos 15 años, a causa de sueltas realizadas por particulares y debido también a su propia expansión por el Ebro desde aguas navarras. Sin embargo, su población ha descendido en los últimos años.

Pero no todas las especies introducidas por el hombre se convierten en invasoras. Las hay que se adaptan a las condiciones del medio y compiten con el resto de la fauna, pero sin prevalecer sobre ella ni causar su extinción. Ejemplos de peces llegados a nuestros ríos de la mano del hombre son el alburno (Alburnus alburnus), el pez gato (Ictalurus melas), el black-bass (Micropterus salmoides) o el gobio (Gobio gobio).

La trucha arco iris (Oncorhynchus mykiss), procedente de América, fue introducida a partir de 1911 para consumo humano. En ocasiones es considerada como especie 'no deseable', por la competencia que mantiene con la trucha común (Salmo trutta) y las posibles hibridaciones de ambas. Sin embargo, rara vez se reproduce en libertad, y puede aliviar la presión de los pescadores sobre los ejemplares autóctonos.

Un peligro creciente para la biodiversidad

La expansión de especies invasoras es, junto a la destrucción de los hábitats naturales, uno de los principales factores que explican la pérdida de biodiversidad del planeta. De hecho, se calcula que, a partir del año 1600, la extinción de cuatro de cada diez especies ha sido causada por introducción de otras foráneas. Un peligro que aumenta en nuestra época, con la extensión del comercio y la globalización.

Según datos ofrecidos en el I Congreso Nacional de Especies Exóticas Invasoras, que se ha celebrado en León hace tres semanas, «en los ríos de la Península Ibérica habitan 26 especies invasoras de peces que causan efectos negativos en las autóctonas».

Las aguas continentales son el ecosistema más afectado por este problema.