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Hondarribia. Ballenas, a cinco millas de casa

Desenterrar el misterio y el desconocimiento que envuelve a la amplia gama de cetáceos que habitan o discurren a lo largo del año por el Golfo de Vizcaya. Ese es el objetivo que se ha marcado la recientemente gestada Asociación Vasca de Delfines y Ballenas (EIBE-Euskal Izurde eta Balezaleen Elkartea), con sede en Hondarribia.

En estas fechas los artífices de este proyecto los biólogos Enara Marcos y Juanma Salazar están ultimando la redacción del 'Estudio preliminar sobre la distribución y diversidad de los cetáceos en el País Vasco', a partir de los datos recogidos en los 1.121 millas recorridas en las 28 salidas realizadas durante la temporada estival a bordo del Marloi. Este barco construido en poliéster está inspirado en los antiguos navíos de vela que partían desde la costa francesa de bretaña para la captura de bonito. Para llegar a confirmar los primeros datos de esta investigación han contado con la desinteresada colaboración de los arrantzales y de los tripulantes de las embarcaciones de recreo. El dossier será enviado tanto al departamento de biodiversidad del Gobierno Vasco como al Congreso Europeo de Cetáceos de Estocolmo.

La primera conclusión a la que han podido llegar es la determinación de diez especies diferentes de cetáceos. «Hemos visto más que diez pero ni nosostros mismos hemos sido capaces de clasificarlos -comenta Enara-. Existe muy poco conocimiento sobre esta zona. Entre las especies más raras que hemos podido avistar, bastantes zifios. Unos animales poco conocidos que acostumbran a habitar en aguas muy profundas».

En concreto, estos animales fueron localizados en la fosa de Capbreton, un punto donde la profundidad suele ser de entre mil y dos mil metros.

Una ballena de 23 metros

Aunque el avistamiento más espectacular ocurrió a escasamente cinco millas de la costa de Getaria. En este caso los afortunados fueron los tripulantes de una embarcación deportiva al admirar una ballena, concretamente un rorcual común, que puede llegar a alcanzar unos 23 metros de longitud. Se trata de la segunda especie más grande de la tierra tras la ballena azul.

Para acometer su trabajo Juanma y Enara disponen de un material reducido pero efectivo. «Nos valemos básicamente de un ordenador conectado a un GPS, un hidrófono para grabar, fichas de observación, cartas náuticas y de una cámara de fotos, con el propósito de retratar las aletas para la identificación de los animales, ya que no hay dos iguales. Las aletas son como las huellas dactilares», aclaró Juanma.

Este primer examen que han realizado sobre una distancia máxima de veinte millas de la costa es el germen de un estudio mucho más profundo que se puede dilatar en unos cuatro años aproximadamente. Este es el tiempo que calculan que deberán necesitar para contrastar las primeras hipótesis que manejan en torno a las poblaciones de cetáceos que han detectado, si son estables en la zona o si sólo acuden durante la temporada de verano, o la cantidad de animales que conforma cada especie. «Ahora nos hemos limitado a recoger información para poder explicar las ramas de estudio. Nuestro ob- jetivo es poder determinar las áreas de distribución de poblaciones estables, cuantificarlas, poder precisar por dónde se mueven y el proceso de interacción con otros animales como tiburones o aves, o con los propios humanos. En este caso el impacto suele ser por la contaminación, el tráfico marítimo o la pesca», especificaron.

La última fase del estudio sería la etología o estudio del comportamiento. Aunque para alcanzar este nivel se requiere un alto nivel de aprendizaje para poder adivinar y poder explicar con precisión sus hábitos y costumbres.

Obtener la calificación de Santuario de los cetáceos para el enclave del Golfo de Vizcaya es lo que persigue la asociación EIBE.

Lo que se pretende es equipararse a la condición que disfruta el Golfo de León, situado en el mar de Liguria que baña las costas de Italia y Francia.

Se parte con el aliciente de que en la actualidad todas las especies de cetáceos están protegidas y con el inconveniente de saber que en el litoral cantábrico ninguna zona ha sido calificada como área protegida. La consecución de esta distición contribuiría a que este espacio estuviera sometido a un mayor control sobre el uso de las artes de pesca, los vertidos, el tráfico marítimo o las actividades deportivas.