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Vendée Globe. Kito De Pavant: “Sencillamente, una vida excepcional”

Vendée Globe. Kito De Pavant: “Sencillamente, una vida excepcional”

Patrón del Groupe Bel y de su famosa Vaca que ríe, Kito de Pavant es uno de los navegantes con más experiencia en la salida de esta Vendée Globe. Una experiencia que le permite tener ‘otra’ mirada sobre la prueba y la vela en general. Apasionante.

Usted procede de Dordoña y vive al borde del Mediterráneo. ¿Cómo se llega a practicar un deporte ‘bretón’?
(Risas) ¿Por qué lo dice? Es curioso (risas). Todo el mundo navega, en todo el planeta, no solo en Bretaña. Lucho contra esa idea de que hay que ser bretón para navegar. Yo soy mediterráneo, pese a que nací en Dordoña, y es verdad que eso lo oigo cada día. La gente que me ve trabajar en mi barco en Palavas me dice: “¿Pero qué hace un bretón aquí?” Yo no soy bretón (risas). En el Mediterráneo también sabemos navegar. Un buen mar, un buen y bonito mar azul, con viento y condiciones a veces difíciles, y pienso que en mi zona, que es el Languedoc-Roussillon, tenemos las mismas condiciones un tanto duras que se pueden encontrar en Bretaña o en Vendée. Sobre todo en invierno, con un viento fuerte, el mistral, que sopla de las montañas. Hemos podido hacer regatas con tripulación reducida. Y somos unos cuantos los que hemos demostrado que en el Mediterráneo sabemos navegar en solitario. Jean-Marie Vidal ganó dos veces la Solitaire, y yo soy el segundo mediterráneo que lo ha hecho.

Usted es un apasionado del deporte. Se le ha visto apoyar al Montpellier en la última jornada de liga, ha recibido a bordo a jugadores de balonmano. ¿Dar a conocer la vela en su región es uno de sus objetivos?
He practicado todos los deportes, pero no de una forma asidua o profesional. Además de vela, cuando era niño jugaba a balonmano, tenis, nadaba… Pero no siempre sigo la actualidad deportiva y con la situación de los clubs de Montpellier, estaría bien que la vela tomara un lugar tan importante como los otros deportes de equipo. Sobre todo porque en la costa mediterránea tenemos muchas cosas buenas e intentamos valorizarlas. Hace años que tenemos infraestructuras que funcionan muy bien, sobre todo en vela ligera para la preparación de los Juegos Olímpicos. El hecho de que tengamos un Figaro financiado por el departamento de Hérault es una muestra de que tenemos una región que nos ayuda financieramente a desarrollar la vela, y me parece bien.

 

Ha viajado mucho y se ha embarcado en la vela de competición relativamente tarde. ¿Qué le ha llevado a la Vendée Globe?
Es cierto que me he embarcado en una carrera digamos profesional no hace mucho. Tenía casi 40 años y ya era hora de que lo hiciera. Pero siempre he navegado. Regateé mucho cuando era joven, pero en pruebas que no eran mediáticas. Hice vela ligera y me metí en las regatas oceánicas cuando tenía 20 años. A los 17 años hubiera podido hacer la Solitaire du Figaro, o la Ruta del Ron. Tenía muchas ganas de hacerlo, pero me parecía inaccesible. Había que encontrar los medios que yo no tenía, y tampoco sabía cómo ir a buscar cuatro chavos y abrirme las puertas de los patrocinadores. Pero cuando entré en esos temas de la Solitaire du Figaro, hace 10 o 12 años, poco a poco me dije que quizás sería capaz de hacer la Vendée Globe. Y progresivamente fui montando un proyecto al que Groupe Bel se unió en 2005. Al principio, fue el encuentro de dos personas: una que buscaba un patrocinador, la otra que buscaba un patrón, con las mismas ganas de hacer un barco por las dos partes. Empezamos por el Figaro y fue muy bien. Vivimos dos temporadas increíbles y lanzamos la construcción del barco en 2006 para hacer la Vendée Globe 2008-2009.

 

Tiene el mismo barco que en esa Vendée Globe 2008. Rompió el mástil pocos días después de la salida, y vivió la misma desgracia en la Europa Warm Up el pasado mayo. ¿Cómo pueden repercutir ese tipo de abandonos en la relación entre un patrón y su patrocinador?
Cada vez que tenemos un problema con el barco, afecta un poco a la confianza que tenemos en él, o en uno mismo. Pero por otra parte, eso nos obliga a trabajar mejor, a cerrar filas en el equipo. Y a mí me obliga a concebir esta vuelta al mundo de una forma distinta, a saber tomarme las cosas con más calma de vez en cuando. El objetivo ante todo es acabar. Si no acabas, no sirve de nada. La presión que puede poner un patrocinador sobre su patrón, para mí es más algo positivo que otra cosa. Es una presión positiva porque cuando montamos ese proyecto, partíamos de una página en blanco, y y aestamos en la Vendée Globe. Pero también hay cierta tranquilidad porque hace siete años que trabajamos juntos, trabajamos bien juntos, y confiamos entre nosotros. 2005-2006-2007 fue un periodo súper eufórico. ¡Pasamos tres años en los que no nos podía pasar nada! Y en 2008 llegaron los problemas (risas). Me rompí la pierna justo antes de la Transat inglesa, y en la Vendée Globe rompí el palo dos días después de la salida. Fue un golpe duro, pero nos recuperamos a partir de 2009. Reconstruimos el mástil, rehicimos la confianza e hicimos una buena temporada. Y después el 2010 volvió lo malo, con la Ruta del Ron, la Barcelona World Race que se acabó en el cabo de Hornos… ¡Hemos tenido altibajos!

 

Volverá al famoso cabo de Hornos en la próxima Vendée Globe, y también al golfo de Vizcaya, que tanto lo maltrató en 2008… ¿Teme esas zonas?
No, no esos lugares en especial. Sabemos que los problemas llegan en cualquier parte. Uno tiene muchas esperanzas, pasárselo bien, pero por lo general la felicidad llega después. Uno se da cuenta a posteriori de lo feliz que ha sido participando. La felicidad en la mar suele ser efímera, y para mí es más bien escasa, porque siempre queda un poco de temor, sufres por muchas cosas y por mucho que te anticipes a los problemas, no se puede prever todo. No se pueden prever la rotura, ni los temporales, no siempre sabes el grado de gravedad de las cosas… En esas regatas siempre estás un poco en ascuas, siempre hay un poco de inquietud, y la felicidad llega después. Y no hay ningún lugar en especial que me preocupe, es solo la enormidad del recorrido con tantas cosas que gestionar. Sabemos que es complicado, y creo que hay que insistir de verdad que dar la vuelta al mundo es algo muy difícil.

 

“No soy un imprudente”

 

¿Es una regata que da miedo?
No que da miedo, más bien que inquieta. No soy un inconsciente, no soy un imprudente. Sé que hay peligros y en tu preparación de la regata intentas dominar tantos parámetros como sea posible, a todos los niveles. O sea que preparas el barco para que sea rápido, pero sobre todo sólido, intentas gestionar todos los aspectos meteorológicos para saber adónde hay que ir. A nivel de la seguridad, haces lo que haga falta para no tomar demasiado riesgo… Correremos riesgo, porque somos competidores. Pero no hay que dejarse atrapar por las ganas de ganar.

 

¿Hacer la Vendée Globe para usted es un desafío?
Nunca ha sido un sueño, o sea que sería más bien un desafío, sí. He tenido la suerte de navegar con Jean Le Cam en multicasco, pero no quería hacerlo en solitario. Era demasiado para mí, demasiado estresante. ¡Por eso hago monocasco, 60 pies en la Vendée Globe era algo muy sensato! La idea me vino de repente. Cuando uno se mete en el engranaje de las regatas oceánicas, se empieza en barcos pequeños. Hice vela ligera, durante 40 años me subí a cualquier cosa que flotara y después hice Figaro. Para mí ya era mucho, de niño soñaba con esto. Después hice una Solitaire, después dos y gané la tercera. ¡Casi parecía fácil (risas)! Después, ¿qué haces? En 2002, quería hacer la Ruta del Ron, pero el proyecto no cuajó, y en el momento de la siguiente edición ya estaba enrolado en el tema de la Vendée Globe. Y esta historia de la Vendée Globe llegó porque encontré una persona que quería hacer lo mismo que yo, y al mismo tiempo. Coincidimos con Groupe Bel y teníamos ganas de hacerlo. Pero es verdad que nunca lo había soñado. Evidentemente es un gran reto, pero para mí era algo que podía hacer, que tenía a mi alcance. De hecho, cada vez que he contactado con un patrocinador para correr una regata, es porque me sentía capaz de hacerlo bien. Nunca he ido a ver a un patrocinador diciéndole “quiero ir a la luna” (risas).

 

¿Su gran experiencia en regatas oceánicas es un plus de confianza? ¿Le ayuda a sentirse capaz de dar esa vuelta al mundo?
Es difícil… Cuando se es joven, se es inconsciente. Cuando se hace algo por primera vez, no sabes muy bien adónde vas. Se tienen ganas, te brillan los ojos. Y cuando ya lo has hecho… Creo que era Bilou (N de la R.: Roland Jourdain) quien decía que la primera vez que se salta en paracaídas, se tiene mucho miedo, pero muchas ganas de ir. Y creo que la segunda vez uno se dice ‘Uf, ¿voy o no voy?’ Las ganas no son exactamente las mismas, pero el miedo, sí (risas). Creo que cuanto más avanzas, más lo controlas todo… O al menos tienes la impresión de controlarlo. Vas más rápido, y no por eso te arriesgas más. La experiencia ayuda a saber cuándo hay que tomarse las cosas con más calma, pero por otra parte te empuja cada vez más. Tengo un barco que tiene cinco años, he hecho con él más de 100.000 millas, lo que equivale a cuatro Vendée Globe. Me lo sé de memoria y sé que ahora voy mucho más rápido que hace cuatro años. Lo aprieto más y hay menos peligro de romper. Es un poco ambiguo: por un lado tienes más experiencia y tienes más confianza en lo que haces, pero por otra aprietas y por tanto te arriesgas más. Al final correr es lo que te lleva a hacer tonterías.

 

Al contrario de la nueva generación de patrones, no ha seguido ninguna formación específica de vela. ¿Cómo se forma uno solo?
Es verdad que ha cambiado mucho. Esos jóvenes han aprovechado lo que nos faltó a nosotros y que se ha podido montar. Gente como Michel Desjoyeaux o Jean Le Cam lo han montado en Port-la-Forêt, y yo he intentado crear algo en la Grande Motte con la SAEM... Si lo hacemos es porque es algo que hemos echado de menos. Al principio nadie tenía formación. Hace 30 años, cuando se desarrollaron las regatas oceánicas, había algunos privilegiados que navegaban, que tenían relaciones, que encontraron patrocinadores y lograron hacer carrera. Hoy es un poco distinto, es más profesional y los jóvenes aprovechan la experiencia que se les quiera dar. Al final se aprovechan de los viejos (risas). Y así llegan a adquirir mucha experiencia muy pronto. Y como físicamente están en plena forma y tienen la cabeza bien amueblada… Muchas veces digo que antes quienes navegaban eran los últimos de la clase, pero que ahora es más bien al revés. Antes, los del fondo de la clase miraban por la ventana soñando con irse a navegar, y hoy son gente muy inteligente, que aprende rápido y que se cuida, porque tiene la posibilidad de aprender mucho más rápido de lo que pudimos hacer nosotros. Nosotros para llegar al máximo nivel, necesitábamos 10 o 15 años de práctica.

 

¿Qué piensa de esa nueva generación?
¡También aprendemos de ellos! Nos motiva para esforzarnos más, para intentar ser más inteligentes en nuestros barcos. Intentamos compensar la pérdida que podríamos tener físicamente con un poco más de control de todos los parámetros posibles de tipo técnico y con la experiencia en materia de meteorología y estrategia. Todas nuestras experiencias anteriores nos aportan mucho y nos permiten hacer barcos un poco más evolucionados. Ya se ve que jóvenes como Armel (Le Cléac’h) o François (Gabart) se apoyan en la experiencia de Michel Desjoyeaux, por ejemplo, puesto que los dos tienen un antiguo barco Desjoyeaux. O sea que también usan la experiencia de los más viejos para progresar y ganar tiempo. ¡Y confiamos que nos empujen hacia la salida (risas)! Pero es como en todas partes.

 

“Es un mundo bastante machista”

 

¿Y en lo referente a las mujeres, especialmente a Sam Davies, la única inscrita?
Naturalmente, en cuanto participa una mujer se habla un poco más, porque al fin y al cabo es un mundo bastante machista. Y ver a mujeres embarcarse en eso plantea preguntas. En el caso de Samantha, y también en otros, como Ellen (Mac Arthur), hay que reconocer que son unas supertías. Han demostrado que tenían algo más que ser una mujer para que se hablara de ellas. Además de sus conocimientos como navegante, de pura técnica, Samantha tiene unas cualidades de comunicación excelentes que hacen que funcione. Harían falta más mujeres, pero hay que tener ganas de embarcarse en eso. Es un trabajo difícil que absorbe mucho tiempo y ella acaba de tener un hijo. Por fuerza es mucho más complicado. Hay que estar supermotivado y exige hacer algunos sacrificios suplementarios a nivel familiar que si se es un hombre.

 

Tiene cinco hijos. ¿Cómo afronta una ausencia tan larga?
Está claro que cuando se es navegante y se tienen hijos, hay que prescindir de determinadas cosas. Pero es soportable. Algunos también quieren navegar. Por suerte, no todos (risas).

 

¿Se comunica mucho con su familia desde el barco?
Sí, les escribo unas líneas cada día. No nos llamamos mucho por teléfono, pero mando señales de vida con regularidad, sobre todo fotos. O sea que no es necesario hablar cada día con la familia. Intento no contactarles solo cuando la cosa no funciona, sino también cuando va bien. Es una costumbre que cogí cuando nos dimos cuenta de que solo llamaba al equipo técnico para anunciar una catástrofe. O sea que me esfuerzo en llamar cuando todo va bien, incluso si no tengo nada que decir. Y lo agradecen. Así, cuando ven mi número de teléfono no les da un patatús (risas).

 

¿Se lleva fotos, mensajes de los suyos?
No. Creo que me relajaré en las tres semanas anteriores a la salida, la gente querrá dejarme cosas. Hace cuatro años tuve mucho cuidado en bajar el peso, pero el día de la salida nos encontramos con un montón de regalos, cosas escondidas en el barco. ¡Era un infierno (risas)! Algunos llegan con botellas de vino, de champán, fotos, libros… Me meten cosas en las bolsas cuando, a fin de cuentas, no necesito nada de todo eso. Uno se va solo al mar, y todo lo propio de una relación entre terrícolas no nos sirve de nada.

 

“La soledad, la aceptas”

 

¿Cómo se apaña con la soledad durante tanto tiempo?
Es lo que menos me preocupa. La soledad, la aceptas, estás formateado para eso. Mi experiencia, mi vida de navegante han hecho que a menudo me haya encontrado solo en el barco, y es algo que me gusta mucho y que asumo. Los momentos de soledad más difíciles de aguantar son cuando hay problemas. Pero cuando se navega, cuando se hace lo que has previsto hacer, la soledad no es un problema. Sabes que durará tres meses, en el mejor de los casos, y todo está previsto de antemano. Cuando decidí hacer la Vendée Globe, asumí el hecho de estar solo durante 80 días durante mi preparación. Funciona automáticamente. Con esto no digo que sea fácil, no se está cada día de broma. A menos que uno se llame Samantha Davies, ¡no te pasas el día bailando en cubierta (risas)!

 

Dice que seguirá de cerca la actualidad deportiva. ¿Cuáles son sus otros medios de descanso?
Escucho mucha música, tendré mis playlists habituales. La música es lo más sencillo, se pueden hacer muchas cosas escuchando música. En cambio, no se puede leer mientras se lleva la caña. Me llevo algunas películas porque a veces hay que olvidarse de lo que se hace habitualmente, pero es muy difícil seguir una película que dura una hora y media. Y libros, ya cogí en la pasada Vendée Globe. Claro que no tuve tiempo de leerlos, pero creo que este año también me llevaré. Un poco menos porque en general no tienes tiempo. ¡Y además el espectáculo del mar basta para cambiar los ánimos!

 

¿Se ha encontrado a menudo con animales?
¡Sí, y más bien más que menos (risas)! ¡Los hay por todas partes! Es uno de los placeres de la navegación, que encuentras muchos animales, la fauna marina es muy densa y los pájaros son omnipresentes… Por cierto, tengo que llevarme un libro sobre pájaros porque hay muchos y es bueno identificarlos. En la pasada Barcelona World Race, tenía conmigo un especialista, Sébastien Audigane, que se conoce todos los pájaros. ¡Ya sé qué libro me llevaré! Y además hay mamíferos, peces... ¡Espero tener menos ballenas que de costumbre! Tengo la impresión de que mi barco rojo las atrae un poco. Quizás se convierta en mi superstición… (risas) He tenido recientemente algunos accidentes y no es bueno ni para nosotros ni para ellas.

 

“Tenemos mucha suerte de vivir en ese puto planeta”

 

¿Cuál fue su peor momento en el mar?
La rotura del mástil en la Vendée Globe. Hay otros, pero ese fue el momento más difícil, sobre todo emocionalmente. Fue duro. Incluso las victorias a veces son duras de asimilar, hay mucha alegría, muchas emociones, y es algo bastante horrible de vivir. Y en esta rotura del mástil, lo difícil es que en cosas como esta de la Vendée Globe, embarcas mucha gente contigo. Con Bel, había 12.000 personas conmigo. Hay mucho entusiasmo alrededor del proyecto. También es verdad que estábamos en una fase de mucha euforia. Cuando salí en la Vendée Globe, salí con mucho optimismo, iba a por todas. Todo el mundo había puesto mucho entusiasmo en el proyecto, se había trabajado mucho, y de repente todo se hundió. Cuando hay una decepción como esa, uno se encuentra solo llevando un gran peso. Es complicado. Sobre todo porque mi patrocinador estaba presente en mi regreso, con todos los que me habían seguido. Y ver a toda esa gente, a las 3 de la madrugada, para acogerme, apoyarme… Son cosas que te llegan muy al fondo. Los malos momentos pueden traer momentos buenos.

 

¿Tiene algún recuerdo particular para compartir con nosotros?
Hay una cosa que eché de menos de verdad. Fue cuando gané la Solitaire du Figaro. No estaba preparado para ello. Incluso si tenía la ambición de hacerlo, para mí era algo realmente inaccesible. Fueron mis compañeros quienes me patrocinaron y fue muy agradable.

 

¿Qué le han aportado sus muchas navegaciones en tantos mares y océanos, tanto en el plano deportivo como en el humano?
Primero, que uno se siente muy pequeño. Tenemos una suerte inaudita de vivir en ese puto planeta. Es algo increíble, y cuando uno tiene la suerte de dar la vuelta, te das cuenta de que quizá no se reproducirá dos veces. Hay que prestarle atención, dejar de hacer tonterías. Y me doy cuenta de que tengo la suerte de tener una profesión increíble, que no sirve absolutamente para nada. Y eso es fantástico. Lo que hago no sirve a nada ni a nadie. Hay gente que lo utiliza, permite vivir a bastante gente. Pero dar la vuelta al planeta no es hacer algo útil. Y uno vuelve distinto. No tiene por qué ser mejor que antes de irse, creo que uno vuelve peor. La mitad de los navegantes solitarios son un tanto especiales, no estoy seguro de que irse solo mejore las cosas desde este punto de vistas, más bien al contrario (risas). Pero marca, son proyectos muy fuertes. Desde un punto de vista personal, son proyectos difíciles, pero muy enriquecedores de montar, sobre todo en lo referente a las relaciones. Lo que hacemos con Groupe Bel y toda la gente de la empresa, de las fábricas, es enorme. En Siria, en Egipto, en Turquía, en los Países Bajos, en Estados Unidos… En todo el mundo. La gente que he conocido hace poco en Marruecos y Argelia a quien he explicado mi trabajo y que me ha acogido como a un príncipe, es impresionante. También con el equipo técnico, y los centenares de personas que han trabajado en el proyecto. Los otros deportistas, la gente que está alrededor de todo esto. Es excepcional. Sencillamente, tengo una vida excepcional. Soy consciente de ello, y eso no me lo quita nadie.

 

 

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